Yoga para el solsticio de invierno

Yoga para el solsticio de invierno

Yoga para el solsticio de invierno


By: Gaia Staff  |  Dec. 21, 2016

El día del solsticio e invierno corresponde al día más corto del año; el sol sale más tarde por la mañana y el ocaso se produce antes en la tarde. A partir de aquí los días se irán alargando poco a poco. ¡BIEN!

El solsticio marca el inicio del invierno, una época del año en la que la oscuridad y el frío exterior incitan a la búsqueda del calor y la luz interior. Es la estación del año en que el cuerpo necesita más descanso y horas de sueño, además de alimentos que lo nutran y calienten en profundidad. El elemento que rige el invierno es el agua, relacionado con el chakra  y con los riñones y la vejiga.

Aunque el descanso es necesario, es muy importante no descuidar nuestro cuerpo. La práctica de yoga es especialmente beneficiosa por los movimientos armoniosos y fluidos y debido a la producción y liberación de hormonas como las endorfinas, que aportan una sensación de alegría y bienestar.

Hoy te proponemos una secuencia especial para celebrar la llegada del invierno y preparar tu cuerpo para los fríos días que se avecinan. Trabajaremos posturas que armonizan la energía en Svadhisthana chakra, que masajean y mejoran el funcionamiento del aparato genito-urinario, combinadas con asanas de descanso, que invitan a la introspección.

1. Comenzamos en Balasana o la postura del niño. Sentado sobre los talones con el tronco plegado sobre los muslos. La frente apoyada en el suelo y los brazos descansando orientados hacia atrás. Respira profundamente, sintiendo como todo tu cuerpo responde a esta actitud.

3. Gato – Vaca. Coloca las palmas de las manos en el suelo y levanta los glúteos de los talones, llevando el tronco paralelo al suelo. Al ritmo de tu respiración desentumece tu cuerpo redondeando la espalda al exhalar y arqueándola al inhalar. Realiza el movimiento lento, al ritmo que invita la estación en la que nos adentramos.

 

4. Adho Mukha Svanasana o el perro mirando al suelo.  Apoya los dedos de los pies en el suelo e inhalando eleva la pelvis hacia el cielo, estirando piernas y brazos. Desciende los talones al suelo y orienta el coxis al cielo. Deja caer la cabeza relajada entre los brazos y nutre la postura con una respiración profunda.

5. Vrksasana o postura del árbol. Lleva los pies entre las manos y con las piernas ligeramente flexionadas estírate hacia arriba. Lleva las manos delante del pecho en un mudra de oración. Manteniendo la pierna derecha extendida, dobla la izquierda y lleva el pie hacia arriba deslizándolo por el interior de la pierna derecha. Apoya la planta del pie en el muslo (cara interna) o por debajo de la rodilla,  abre la cadera y lleva la rodilla izquierda hacia la izquierda. Mantén tu árbol durante 5 o 6 respiraciones, deshaz la postura lenta y controladamente y repite con el otro lado.

6. Virabhadrasana I. Ve hacia atrás en tu esterilla y da un gran paso hacia delante con el pie derecho.  Inhalando eleva los brazos por encima de tu cabeza y al exhalar flexiona la rodilla derecha orientando el coxis al suelo y mira hacia arriba. Respira profundamente para ayudarte a mantener Virabhadrasana I con el pecho bien abierto. Después regresa atrás y repite todo el proceso con el otro lado, es decir adelantando el pie izquierdo.

7. Salabhasana o postura del saltamontes. Túmbate en el suelo boca abajo, coloca bajo tu cuerpo los brazos y codos bien juntos, cierra los puños con los pulgares dentro y lleva el mentón al suelo y la barbilla hacia delante. Respira al tiempo que estiras la pierna derecha, en la siguiente inhalación eleva la pierna bien extendida sin oscilar el cuerpo hacia un lado. Desciende y repite con la otra pierna. Ahora vas a elevar las dos piernas a un tiempo, ayúdate de tus brazos apoyados fuertemente en el suelo, y de tu respiración, ahora más enérgica y audible. Desciende, relaja los brazos y la cabeza.

8. Lleva los glúteos hacia los talones y descansa en Balasana o postura del niño.

9. Ustrasana o postura del camello. Incorpórate lentamente, y levanta los glúteos de los talones, apoya las manos en los talones o en los bloques que habrás colocado a los lados de tus pies. Lleva la pelvis hacia delante, arqueando tu espalda, y llevando la cabeza hacia atrás para mirar el cielo y hacer el arco más profundo. Haz varias respiraciones profundas en Ustrasana, abriendo bien el pecho y después deshaz la postura y vuelve a sentarte sobre los talones.

10. Baddha konasana. Siéntate en el suelo, junta las plantas de los pies delante de ti e inclina tu tronco hacia delante intentando mantener la columna estirada. Apoya las manos en los pies y relaja completamente todo el cuerpo.

11. Halasana o postura del arado. Incorpórate y túmbate boca arriba, con todo el cuerpo estirado. Dobla las rodillas y apoya los pies en el suelo. Al exhalar estira las piernas arriba, eleva la pelvis y el tronco y lleva los pies y las piernas por detrás de tu cabeza, hacia el suelo. Si no llegan tus pies al suelo, puedes apoyarlos en una silla o taburete (que habrás colocado previamente).  Apoya las manos en tu espalda, más tarde entrelazarás los dedos y estirarás los brazos en el suelo para perfeccionar Halasana. Mantén la postura con una respiración lenta y después deshaz cuidadosamente, bajando la espalda poco a poco al suelo.

12. Descansa en Savasana o postura del cadáver.

¡Feliz solsticio!

Te recomendamos la clase de Diana Naya ‘Flow invernal’, la encontrarás en este enlace.  O esta otra práctica guiada por Isabel Ward, 'Preparate para el invierno'.

 



Mi viaje yogui

Al principio éramos nómadas.

Viajar forma parte del ser humano, el impulso natural de movernos, de explorar y descubrir nuevos horizontes. Nos desplazábamos en busca de comida, caza, zonas fértiles que proporcionaran alimento y la aparición de la agricultura fue el comienzo de un gran cambio. Poco a poco nos fuimos asentando en comunidades sedentarias, precursoras de nuestro actual modelo de vida, pero el ansia de viajar nunca cesó.
Se ha ido transformando para dar paso a otra manera de transitar por el mundo, la curiosidad de conocer distintas culturas, de admirar la belleza de la naturaleza y de compartir momentos especiales.

Ahora viajamos para hallar la emoción, que no deja de ser algo esencial e íntimo, que nos conecta profundamente con lo que somos y lo que nos rodea.

Este verano viajé al norte de India, la yogini que aprendió el yoga en occidente, se iba en busca de los orígenes. ¡¡Wow India!! me decía todo el mundo. Es un país cuya fama mística resulta difícil trascender. Se escuchan tantas historias de gente a la que le ha cambiado la vida, que repite una y otra vez, personas que se han quedado a vivir allí, que puedes perderte en una idea un tanto mitológica de lo que vas a encontrar, generando excesivas espectativas.

El extra era viajar de la mano del Yoga, una experiencia que va mucho más allá del turismo. Cambiar el escenario te sitúa en un plano mental distinto, la variación de perspectiva se da aunque no la busques y ahí es donde empieza la otra expedición, hacia el interior.

Si a ésto le añades la práctica de Yoga y meditación diarias, como eje conector de la viviencia, surge la oportunidad de profundizar conscientemente y abrir un espacio de autoconomiento. Ambos viajes son siempre una aventura en unión, como la misma palabra YOGA indica, unión del cuerpo y de la mente, y por lo tanto, unión universal, porque no estamos separados de nada.

Elegir destino es importante, un lugar que nos inspire, ya sea por su encanto, por el interés cultural, o su magia. Y después viene la disciplina de levantarse pronto cada día y aterrizar sobre la esterilla para comunicarte con tu cuerpo.

Los viajes de encuentro personal son fantásticos pase lo que pase en ellos. Una ocasión para desconectar de verdad de todo lo que abarrota nuestro día a día y conectar otra vez, echar gasolina premium para volver con la energía renovada, siendo un poco más tú y con las ideas más claras.

Pero retomemos India de nuevo. ¡Pues no fue lo que yo esperaba! teniendo en cuenta que no esperaba nada concreto, ya que tenía claro que iba a encontrar mucha suciedad, bullicio, caos, ruido y pobreza, entre otras cosas. Para lo peor iba teóricamente preparada.

Tampoco tuve un brote de iluminación, ni sintonicé especialmente con la vertiente más mística, que distaba mucho de mi sentido personal de la espiritualidad.

Sin embargo, la belleza de lo real, de lo que es sin más añadidos, de las conversaciones con mis compañeros de andanza, de los pequeños detalles y la autenticidad de tantas situaciones vividas, positivas y negativas; todo interiorizado a través de mi práctica: las posturas, la respiración, los silencios, la atención consciente… conformaron la experiencia única e irrepetible de “mi viaje yogi”, haciéndolo sencillamente enriquecedor.

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