Los problemas no se resuelven

Los problemas no se resuelven
By: Lissi Sánchez | Nov. 01, 2016
Uno de los grandes beneficios que aporta la práctica de mindfulness es que, al aquietar nuestra mente, progresivamente nos permite darnos cuenta de cómo funciona ésta. La observación del pensamiento poco a poco nos descubre un fenómeno asombroso: nuestra atención -el foco donde posamos nuestra consciencia- constituye una fuente de creación continua.
Nuestro cerebro, sin embargo, nos engaña al respecto. Se empeña en resolver determinados problemas o conflictos que percibimos como tales. Resulta fascinante observar esta paradoja mental: somos nosotros quienes creamos un problema al percibir una circunstancia como negativa, al emitir un juicio sobre lo que es bueno o malo. Por eso mismo, el mindfulness nos invita a abandonar los juicios, a contemplar la realidad sin emitir valoraciones subjetivas. A suspender las creencias para empezar a sentir el presente, en vez de pensarlo.
¿Qué sucede una vez emitimos un juicio negativo? Inmediatemente después de crear este supuesto problema, nuestro cerebro considera que debe dirigir toda su atención hacia dicho conflicto, con idea de resolverlo. Pero la atención concedida al problema lo único que consigue es perpetuarlo, pues lo crea en nuestra consciencia. Nos ofuscamos en dar vueltas y más vueltas a una circunstancia creyendo que hallaremos una solución futura, o especulando sobre lo que podría pasar, pero ese laberinto mental constituye la creación misma del problema.
Los problemas no se resuelven sino que se disuelven
Aseguran muchos sabios budistas que cuando nuestra atención se dirige hacia el presente, ese supuesto problema simplemente deja de existir en nuestra mente. ¡Se desvanece! Es muy simple entenderlo pero muy complejo ser consecuente con esta práctica, debido a que nuestro ego es ignorante y se resiste a silenciarse, cree que puede obtener las respuestas. Pero la rueda del conflicto proseguirá girando mientras intentemos resolverla, mientras le concedamos atención. Haz la prueba: concéntrate en sentir el presente y el malestar se disolverá.
David Bohm, un célebre físico cuántico que sostuvo numerosas conversaciones con el filósofo hindú Jiddu Krishnamurti, aludía a los mecanismos de nuestra mente de la siguiente manera:
“Realidad es aquello que tomamos por verdad. Tomamos por verdad aquello en lo que creemos. Lo que creemos se basa en nuestras percepciones. Lo que percibimos depende de lo que buscamos. Lo que buscamos depende de lo que pensamos. Lo que pensamos depende de lo que percibimos. Lo que percibimos determina lo que creemos. Lo que creemos determina lo que tomamos por verdad. Y lo que tomamos por verdad es nuestra realidad”.
Pratyahara, el control de lo externo

Pratyahara es el quinto elemento entre las ocho etapas del Ashtanga yoga. Su significado nos recuerda la importancia de tener autodominio y no dejarse llevar por las influencias externas.
Al igual que el resto de los elementos del Ashtanga yoga, este autocontrol solo se puede conseguir a través de la práctica, aprendiendo a desatender lo que no queremos y sabemos que nos perjudica.
Se dice que hay tres niveles de “Ahara o alimentos del ser”, por un lado el alimento físico, en el que están incluidos los cinco elementos para nutrir el cuerpo; en segundo lugar estaría la impresión, o sustancias sutiles para nutrir la mente, más bien serian los cinco sentidos, oído, tacto, vista, gusto y olfato. En el tercer nivel se encuentran nuestras asociaciones con las personas, las que ocupan un lugar a nivel del corazón, que se encargan de alimentar nuestra alma y las que están en posición contraria.