Mirar la vida con perspectiva

Mirar la vida con perspectiva

Mirar la vida con perspectiva


Por: María González Santos  |  03 marzo, 2017

Yoga, no es solo hacer el pino con la cabeza”, palabras de Swami Purohit, gran maestro de yoga y meditación.

Mucha gente cuando se embauca en la senda del yoga, se siente atraída por todo tipo de posturas o asanas que se pueden encontrar hoy en día por Internet, marcándose como objetivo no solo conseguir la misma postura, que han visto en una foto, sino superarla, si es posible, llevando esta filosofía al plano físico, alimentando inevitablemente el ego.

Cada persona llega al yoga por un motivo. Personalmente me adentré en esta senda por una tremenda necesidad de reencuentro conmigo misma y de reconectarme con mi verdadero ser. Mi experiencia hasta ahora es haber conseguido más claridad en mi existencia, y más significado en todo lo que me rodea.

En el plano físico progresivamente voy ganando más elasticidad, energía y consciencia de mi cuerpo.

Pienso que el camino del yoga, es como una escalera, vas subiendo los peldaños poco a poco, a tu ritmo, hasta alcanzar una cima que nunca terminaría.

Para dominar la concentración es primordial hacer una práctica constante del desapego, saber abstraerse de lo que nos distrae (Pratyahara), para después conseguir concentrarse en un solo punto (Dharana), completando el aprendizaje con la meditación (Dhyana).

Normalmente todos empezamos por las asanas, la parte física, luego al tener más consciencia del cuidado de nuestro cuerpo, vamos transformando nuestra forma de alimentarnos, consumiendo alimentos que realmente sumen calidad de vida, alimentos vivos, y eliminando los procesados.

Todo esto nos aporta más claridad a nuestra mente, facilitando la práctica meditativa.

Tuve la suerte de acudir a un retiro espiritual a finales de año, fue una experiencia inolvidable que se la recomiendo a todo el mundo, no solo por las enseñanzas que adquieres, sino por el simple hecho de permanecer un tiempo apartado del mundo al que estas acostumbrado, y en el que desgraciadamente sueles actuar de forma casi automática.

Cuando permaneces cierto tiempo a solas, estando contigo mismo, es como mirar el mundo desde un balcón, lo ves, lo observas, pero al no estar implicado en ese momento, tus pensamientos se aclaran, porque no los recibes desde la mente, sino desde tu verdadero ser, ves el mundo con perspectiva. Empiezas a entender toda tu andadura, reconoces tus errores y los de los demás, lo que te aporta felicidad y lo que te la resta.

El yoga, te ayuda a conseguir ese estado de plenitud.

Inevitablemente, tarde o temprano, cualquier practicante de yoga, acaba reforzando su práctica a través de retiros, seminarios, cursos…
Son de gran ayuda, porque te ofrecen la oportunidad de conocer en profundidad tu cuerpo y tu mente, aprendes a prestar atención a lo que realmente es necesario y a pasar de largo por todo lo que no lo es.
Diariamente nos perdemos muchos pequeños detalles de nuestra vida, que son los que realmente importan, podremos llegar a reconocerlos si aprendemos a mirar la vida con perspectiva.

Namaste


 

María González Santos

Autora del blog Yoga & Té.
Practicante de yoga, certificada en terapia floral, nutrición holística y herbodietetica.


 

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Mi viaje yogui

Mi viaje yogui

Al principio éramos nómadas.

Viajar forma parte del ser humano, el impulso natural de movernos, de explorar y descubrir nuevos horizontes. Nos desplazábamos en busca de comida, caza, zonas fértiles que proporcionaran alimento y la aparición de la agricultura fue el comienzo de un gran cambio. Poco a poco nos fuimos asentando en comunidades sedentarias, precursoras de nuestro actual modelo de vida, pero el ansia de viajar nunca cesó.
Se ha ido transformando para dar paso a otra manera de transitar por el mundo, la curiosidad de conocer distintas culturas, de admirar la belleza de la naturaleza y de compartir momentos especiales.

Ahora viajamos para hallar la emoción, que no deja de ser algo esencial e íntimo, que nos conecta profundamente con lo que somos y lo que nos rodea.

Este verano viajé al norte de India, la yogini que aprendió el yoga en occidente, se iba en busca de los orígenes. ¡¡Wow India!! me decía todo el mundo. Es un país cuya fama mística resulta difícil trascender. Se escuchan tantas historias de gente a la que le ha cambiado la vida, que repite una y otra vez, personas que se han quedado a vivir allí, que puedes perderte en una idea un tanto mitológica de lo que vas a encontrar, generando excesivas espectativas.

El extra era viajar de la mano del Yoga, una experiencia que va mucho más allá del turismo. Cambiar el escenario te sitúa en un plano mental distinto, la variación de perspectiva se da aunque no la busques y ahí es donde empieza la otra expedición, hacia el interior.

Si a ésto le añades la práctica de Yoga y meditación diarias, como eje conector de la viviencia, surge la oportunidad de profundizar conscientemente y abrir un espacio de autoconomiento. Ambos viajes son siempre una aventura en unión, como la misma palabra YOGA indica, unión del cuerpo y de la mente, y por lo tanto, unión universal, porque no estamos separados de nada.

Elegir destino es importante, un lugar que nos inspire, ya sea por su encanto, por el interés cultural, o su magia. Y después viene la disciplina de levantarse pronto cada día y aterrizar sobre la esterilla para comunicarte con tu cuerpo.

Los viajes de encuentro personal son fantásticos pase lo que pase en ellos. Una ocasión para desconectar de verdad de todo lo que abarrota nuestro día a día y conectar otra vez, echar gasolina premium para volver con la energía renovada, siendo un poco más tú y con las ideas más claras.

Pero retomemos India de nuevo. ¡Pues no fue lo que yo esperaba! teniendo en cuenta que no esperaba nada concreto, ya que tenía claro que iba a encontrar mucha suciedad, bullicio, caos, ruido y pobreza, entre otras cosas. Para lo peor iba teóricamente preparada.

Tampoco tuve un brote de iluminación, ni sintonicé especialmente con la vertiente más mística, que distaba mucho de mi sentido personal de la espiritualidad.

Sin embargo, la belleza de lo real, de lo que es sin más añadidos, de las conversaciones con mis compañeros de andanza, de los pequeños detalles y la autenticidad de tantas situaciones vividas, positivas y negativas; todo interiorizado a través de mi práctica: las posturas, la respiración, los silencios, la atención consciente… conformaron la experiencia única e irrepetible de “mi viaje yogi”, haciéndolo sencillamente enriquecedor.

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